PRINCIPIOS POLÍTICOS DE LA LIBERTAD

por G. EDWARD GRIFFIN


 A quienes abogamos por menos gobierno se nos describe usualmente como conservadores.
 La palabra no nos gusta particularmente, porque suena algo así como tacaños y miserables, especialmente cuando se compara con "liberales" [izquierdistas en EE.UU.], que suena como "generosos", "amplios", "humanos", etc. Pero por sombría que sea la palabra "conservador", esa no es nuestra sola objeción; podríamos aceptarla si describiese adecuadamente las creencias sobre las cuales este país se fundó, pero no es así. Porque muchos de quienes hoy son etiquetados como "conservadores", lo que desean conservar -e incluso aumentar- son los programas hoy dominantes en nuestros gobiernos y nuestro país. Puedo asegurar que nosotros no estamos en esas filas: no queremos conservar el sistema actual de altos impuestos, gasto deficitario, enormes programas sociales, ayuda exterior, tolerancia con el criminal, guerras sin victoria, y crecientes controles gubernamentales. Esos son bastiones celosamente defendidos por el liberalismo, por eso los ayer denominados liberales son hoy con frecuencia llamados conservadores.
 El debate -o diálogo, como se dice ahora- no es entre liberales y conservadores. Se remonta en la historia a mucho antes de inventarse esas palabras. Los puntos de vista opuestos se identifican propiamente así: individualismo versus colectivismo; y los opositores se llaman individualistas y colectivistas. Esas son las palabras que tienen significado. Al igual que los fundadores de este país, nosotros nos vemos como individualistas. Y tal como las vemos, las diferencias entre ambas posiciones pueden describirse así:

 Primero que todo, el individualista cree que los derechos de los individuos no deben ser obliterados por los deseos del colectivo o grupo. Por su parte, el colectivista cree que el grupo es más importante que la persona individual incluida, y que por tanto debe ser sacrificado, si es necesario, por el mayor bienestar del mayor número.

 Y consecuentemente -en segundo lugar-, el individualista cree que con sus derechos, el individuo tiene responsabilidades. Así como insistimos en los derechos individuales, aceptamos además -y por tanto- el principio de la responsabilidad individual, antes que la del grupo: creemos que todo individuo tiene una responsabilidad directa y personal de proveer para sí mismo y su familia en primer lugar, y también para otros que puedan pasar necesidad.
 Por su lado el colectivista declara que el individuo no es personalmente responsable de la caridad, ni de criar a sus hijos, proveer para sus familiares mayores o ancianos, ni para sí mismo siquiera, siendo esas funciones del grupo, del estado o del gobierno.
De hecho este segundo punto de la responsabilidad es la manera más segura de distinguir una posición de otra. El individualista quiere libertad para hacer sus cosas por sí mismo, mientras que el colectivista quiere que el gobierno las haga por él: es un enamorado del gobierno, lo idolatra, tiene una fijación con el gobierno como el mecanismo de grupo que por último va a resolver todos los problemas. Y la razón de esto es que el gobierno es el único grupo que legalmente puede obligar a todo el mundo a participar, puesto que tiene el poder fiscal de la tributación -apoyado por las cárceles y la fuerza de las armas, si es preciso- para obligar a todo el mundo a entrar en la fila.

 Y esto lleva a una tercera diferencia; expuesta simplemente: el individualista cree en la libertad, mientras el colectivista cree en la coacción o compulsión.
 Permitanme algunos ejemplos.

 Como decimos, creemos que todo individuo tiene una responsabilidad personal de proveer para sí mismo, si puede, y para quienes de él dependen. Significa que por lo común deberíamos apartar algo de lo que ganamos en el presente para caso de inevitable desempleo por causa de enfermedad, accidente o retiro. Pero como individualistas también creemos que deberíamos ser libres para no hacerlo, si por la razón que sea preferimos actuar de otro modo. Si deseamos vivir a la entera medida de nuestros ingresos actuales, y planeamos depender de nuestros hijos u otros parientes en nuestra vejez, o si decidimos correr el albur de ganar un ingreso mayor en el futuro -o incluso si conscientemente elegimos depender de la caridad como medio de vida-, por cualquier motivo, creemos que una persona debería ser libre para escoger su propio curso. No tenemos derecho a obligar a los demás a acomodarse a nuestras propias ideas sobre lo que debería hacerse.
 Por contraste, el colectivista dice que algunas personas cerecen de cerebro, fuerza de voluntad o deseo para ahorrar por su cuenta; entonces ¡apruébese una ley, y empleemos el gobierno para obligarles! Dice el colectivista que en esta materia no debe haber libertad de elegir, porque habría muchos que no querrían hacer lo que sabemos deberían.

 Este mismo contraste puede verse en el caso de la caridad. Creemos que todo individuo tiene una responsabilidad personal de ser generoso con los necesitados ... pero, como individualistas también creemos que una persona debería ser libre para no ser caritativa si no quiere. O si prefiere, para donar a una obra caritativa diferente de la que a nosotros nos parece más urgente, o una cantidad menor a la que nosotros pensamos que debería dar, o si prefiere, no dar nada en absoluto ... creemos que no tenemos derecho a confabularnos y agavillarnos para forzarle. Podemos tratar de persuadirle, apelando a su conciencia, etc. Pero no podemos obligarle, ni directamente con la violencia, ni indirectamente con la urna electoral, porque de una u otra de esas dos formas el principio es el mismo y se llama robo. La verdadera caridad es la entrega voluntaria del dinero de uno mismo; la caridad gubernamental es la entrega del dinero de otros, lo cual por supuesto es la razón de que sea tan popular.
 Así el individualista cree que toda persona debe ser caritativa, pero que la caridad coactiva u obligada no es realmente caridad. Es meramente robo legalizado. Por tanto creemos que todo individuo debe ser libre también en esta materia de actuar o no como lo considere adecuado. El colectivista cree precisamente lo opuesto. Proclama que algunos no serán tan caritativos como pensamos que deberían, entonces ¡apruébese una ley, y empleemos el gobierno para obligarles! Pero no le llamemos robo en este caso, llamemosle "bienestar social" [welfare].

Una ilustración adicional para redondear: los individualistas creemos que todo individuo debería ser libre para unirse a un sindicato, a fin de ganar poder de negociación y estar más efectivamente representado ante su empleador. Pero también creemos que debería ser libre para no hacerlo si no lo desea. Si siente que tal o cual sindicato no representa sus mejores intereses, o que su liderazgo es corrupto, o que gasta el dinero de las cuotas en la promoción de programas políticos contrarios a su preferencia, o por el motivo que sea ... debería ser libre de no unirse a un sindicato si no quiere. El colectivista por supuesto replica que los sindicatos son buenos. Por tanto, ¡apruébese una ley, haciendo ilegal para un empleador contratar un trabajador no sindicalizado! No se le debe dar libertad de elegir.

 Y si continuamos, es así sobre cada asunto concebible en el cual el resultado final sea pensado como algo deseable. Como individualistas, creemos en la libertad de elegir. El colectivista inevitablemente recurre a la coacción o fuerza gubernamental.

 Oímos hablar mucho sobre derecha, izquierda, extremistas y moderados.
 Así que vamos a la cuestión del espectro político.
El concepto de espectro político, si tiene algún significado, es una escala de medición que muestra todas las variaciones respecto al gobierno, desde cero en una punta hasta 100 en la otra. Los extremistas de la punta del cero serían quienes no quieren gobierno en absoluto, los anarquistas; y los extremistas de la otra punta, quienes abogan por el "gobierno total". Pero, ¿cuales son estos? Comunistas, desde luego, pero también nazis, fascistas, y cualesquiera que -no importa como puedan auto denominarse- aboguen por el control total del gobierno sobre la gente. Son por definición totalitarios. De modo que comunismo y nazismo no son opuestos.
 Como se recordará, el nombre oficial del partido Nazi era "Partido Nacional Socialista de los Obreros Alemanes" [NSDAP: Nazional-Sozalist Deutsche Arbeiter Partei]. Así, el nazismo está por el socialismo nacional; y el comunismo por el socialismo internacional. El nazismo promueve el odio de razas; y el comunismo el de clases. El nazismo dominaba toda la industria y el comercio mediante controles sobre las empresas y sus directivos; el comunismo confisca las empresas y nombra sus directivos. Y esa es toda la diferencia entre ambos sistemas. A cuál llame Ud. derecha o izquierda no hace diferencia alguna: ambos están en el mismo extremo (totalitario) del espectro político.

 Pero nosotros los "constitucionalistas", ¿donde encajamos en este cuadro? ¿No se supone que somos extremistas? Eso es lo que escuchamos constantemente. Bueno, la verdad del asunto es que venimos a caer en el medio; y no es que encontremos virtud particular alguna en ello, es que sencillamente nos oponemos tanto el extremo de la anarquía como al del totalitarismo. Que en esencia ambos son lo mismo, porque bajo la anarquía, los más fuertes inevitablemente terminarán sometiendo a los más débiles, con la misma impiedad que bajo el totalitarismo. La única diferencia es el tamaño de los dominadores: con el totalitarismo hay un sólo gran déspota, mientras que con la anarquía hay varios no tan grandes. Pero en ambos casos la libertad está muerta. Y así el concepto "lineal" del espectro político da lugar al "circular": ambos extremos -anarquía y totalitarismo- se juntan.

 No importa cual concepto de espectro se emplee, como individualistas nosotros creemos en los principios de gobierno limitado, y nos oponemos a cualquier movimiento de los que tienden a polarizarse hacia los extremos, separados o juntos. Reconocemos que el gobierno es absolutamente necesario para cualquier sociedad ordenada. Sin embargo, y siguiendo el "dictum" de que el gobierno es como el fuego -tiene cosas buenas, pero es peligroso- creemos que debe ser limitado. Y que la República Constitucional creada por nuestros Padres Fundadores es la mejor forma de gobierno limitado que hasta ahora haya sido planteada por el hombre.

 Pero para comprender mejor el por qué, será necesario definir la palabra "república" y señalar las diferencias entre república y democracia. Esta última tiene dos significados. Como hoy se usa comúnmente, generalmente se acepta que "democracia" describe nuestro concepto estadounidense de elecciones libres y gobierno representativo. Pero hay también una definición clásica, de ninguna manera tan halagadora. Durante los debates que enmarcaron la Convención Constitucional, los autores del documento dejaron muy claro que la democracia era la peor forma posible de gobierno, conducente siempre al dominio de las masas y a la anarquía, y en seguida al despotismo y a la dictadura. En inequívocos términos dijeron no estar estableciendo una democracia en América, sino una "república"; y por eso la palabra democracia no aparece en nuestra Constitución. Cuando juramos lealtad a nuestra bandera, es a la República a la que nos referimos, no a la democracia.

 Esto fue claramente conocido a los estudiosos de la historia estadounidense hace poco. El gran cambio vino cuando fuimos arrojados en la que se llamó "la guerra para asegurar el mundo a la democracia." Desde ese momento los estadounidenses hemos estado aceptando cada vez más el nuevo significado de democracia, y olvidando el viejo de república. Estaríamos muy contentos de aceptar los nuevos términos y olvidar los viejos; pero resulta que en ninguna parte del nuevo vocabulario encontramos las palabras que podamos usar para transmitir los viejos significados. Si queremos discutir sobre las diferencias entre república y democracia, no tenemos más opción que simplemente retornar a las definiciones viejas, anteriores a la Primera Guerra Mundial.

 La democracia es la forma de gobierno basada en el principio de la regla mayoritaria. Punto. Fin de la discusión. No es muy complicado: regla de gobierno mayoritario. Fácil de entender; fácil de vender a las masas; y puede agregarse: ¡mortal! Porque por ej., ¿cómo llamaría Ud. a una turba cuando va a linchar a alguno? Regla mayoritaria de gobierno. Hay sólo un voto en disidencia: el de quien está al final de la soga. ¡Esa es la democracia pura en acción!
 "¡Epa! un minuto", puede decirme Ud. "... que la mayoría debe mandar, pero no al punto de destruir los derechos de la minoría." Bueno, pero entonces, damas y caballeros, ahí ya no estamos hablando de democracia sino de república, y no es lo mismo. Una república es una democracia limitada. Es la forma de gobierno basada en el principio de la regla mayoritaria limitada. El límite es para que la minoría pueda estar protegida de los caprichos y pasiones de la mayoría.

 ¿Y cómo puede la minoría estar protegida? Sencillo: se escriben una serie de reglas en un papel. Se dice "Podemos esto; no podemos lo otro." Y al comienzo del papel se pone el título: "Constitución". Y entonces todos acordamos seguir esas reglas, no importa cuán fuerte sea la tentación en contrario. Cuando terminamos de escribir las reglas, hemos creado la República Constitucional. Fíjese que toda la función de nuestra Declaración de Derechos [Bill of Rights] es deletrear en detalle las formas y maneras como a la mayoría que actúa mediante el gobierno no se le debe permitir infringir los derechos de la minoría.
 La Primera Enmienda marca el ritmo, comenzando con las palabras "El Congreso no aprobará leyes que ..."; y de ahí en adelante, el Documento procede a explicar que el Congreso, aún cuando en él se exprese la voluntad mayoritaria, no negará a la minoría los derechos al libre ejercicio de la religión, a la libertad de palabra, a reunirse pacíficamente, a llevar armas, etc. "El Congreso no aprobará" quiere decir la mayoría no aprobará. Esto es lo que significa una república.

 Y esto no ocurrió de ese modo por casualidad. Nuestros Padres Fundadores sabían exactamente lo que estaban haciendo. Recordemos el interesante intercambio epistolar entre Thomas Jefferson y un amigo que le había criticado por su desconfianza hacia la gente con poder político. Con el mismo argumento de hoy en día, el amigo le había preguntado "¿Ud. no tiene fe en los hombres electos? ¿No tiene Ud. confianza en nuestro gobierno?" La hermosa respuesta de Jefferson: "En todas partes, la confianza es la madre del despotismo. En cuestiones de poder, ya basta de escuchar sobre confianza en los hombres; y pongamosles a resguardo de sus diabluras con las cadenas de la Constitución." Aquí está en una sola frase el mejor resumen de lo que es una república que Ud. encontrará: encadenar a los hombres de sus diabluras con las cadenas de la Constitución. Y ese es el concepto de gobierno limitado en el que creemos.

 Traduciendo este concepto general de gobierno limitado en algo más específico y tangible, se sigue que nosotros NO creemos que los impuestos estén demasiado elevados. No, para nada. Los impuestos son meramente el precio del gobierno; y Ud. tiene que pagar por lo que tiene. Cada año el pueblo estadounidense aparentemente quiere más gobierno. Reclama por más servicios, más beneficios, etc., pero ¡Oh!, ¡se queja cuando le llega la factura! Y en realidad no es que los impuestos sean altos. Por años los gobiernos han estado gastando más de lo que recaudan, ese gasto deficitario ha causado inflación, y la inflación ha socavado el valor de nuestra moneda, ha reducido el incentivo para ahorrar, y ha cargado una pesada parte del costo del gobierno sobre las espaldas de nuestros retirados y pensionados, así como de otros sectores que dependen de ingresos fijos. Los impuestos deberían ser todavía más altos para pagar por el gobierno que tenemos.

 Lo que creemos, en consecuencia, no es que los impuestos sean muy altos, sino que el gobierno es muy grande. Ese es el problema. Si de verdad queremos alguna vez reducir los impuestos, sería mejor poner de una buena vez el caballo delante de la carreta, y comenzar a hablar de los medios y formas de reducir el tamaño y alcance del gobierno en sí mismo como tal. Objetivo que se resume muy concisamente en la consigna:

 Menos gobierno, más responsabilidad individual, y con ayuda de Dios, un mundo mejor.

 Copyright 1972 por G. Edward Griffin.
 



 
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