"Si supieseis lo que significa 'Misericordia quiero y no sacrificios', entonces no condenaríais a los inocentes." (Mateo 12:7, Oseas 6:6.)
Debido a que Dios quiere misericordia, instituyó una variedad de sacrificios en el Antiguo Testamento, cuyo propósito fue apuntar a la gente a Cristo. No fueron establecidos como actos de obediencia, sino como medios de conducir a las personas a creer que el Ungido de Dios ha hecho reparación y expiación por los pecados de ellas, que otro ha muerto en su lugar, y que sus pecados están cubiertos por su sangre. Los sacrificios se instituyeron para exaltar a Cristo, no al hombre.
Tan simple como es esta verdad, poca gente la comprendió. Muchos
supusieron que sus actos de obediencia eran lo agradable a Dios. La gente
hoy comete el mismo error. Pero el mismo Dios que dijo "Misericordia quiero
y no sacrificios", diría en relación al acto del bautismo "Misericordia
quiero y no un acto de obediencia." ¡No ha cambiado! Así como instituyó
aquellos sacrificios para apuntar a la gente a Cristo, igual en el Nuevo
Testamento lo hizo con el bautismo. El bautismo se establece como medio
de decirles a todos quienes vienen a Cristo que sus pecados son lavados.
El perdón no deviene por causa de ser bautizados, sino porque a través
del bautismo creemos que Cristo ha lavado nuestros pecados.
La fe es creer que Cristo ha lavado nuestros pecados. Por
esta razón Pedro dijo a la multitud el día de Pentecostés: "Arrepentíos
y sed bautizados cada uno de vosotros, en el nombre de Jesucristo para
remisión de pecados." Y por esto Ananías dijo al arrepentido Saúl "¿Por
qué te demoras? Levantate y sé bautizado, lava tus pecados, invocando el
nombre del Señor." (Hechos 2:38 y 22:16.)
Dios quiere misericordia, no un acto de obediencia. No conozco
iglesias enteramente fieles a todo lo que el Nuevo Testamento dice sobre
el bautismo. Un grupo hace del bautismo un acto de obediencia que trae
salvación, otro lo hace un acto de obediencia meramente simbólico, y un
tercero lo hace un medio de conferir el don de la fe a los bebés.
Ninguna de tales enseñanzas acierta el punto: el agua no es
lo que quita nuestros pecados sino la Palabra de Dios, la buena nueva del
perdón en Cristo, que el agua meramente proclama, aunque la buena nueva
en sí es más que sólo un acto simbólico, es el poder de Dios para la salvación
(Romanos 1:16).
Ser bautizado por un discípulo de Cristo es serlo por Él mismo,
que nos bautiza por medio de sus discípulos (Juan 4:1-2). Obrando a través
de sus discípulos, Cristo está tras ese agua que lava y sus movimientos,
pero como una manera de decirnos que es Él mismo Quien está lavando nuestros
pecados. Quiere que así lo creamos, porque es la creencia en que Cristo
ha lavado nuestros pecados lo que los remueve, y no el agua, un mero instrumento
que Jesús emplea para ayudarnos a creer.
Por tanto, si verdaderamente queremos ser fieles servidores
de Cristo, diremos acerca del bautismo lo que la Biblia dice, y nos olvidaremos
de la falsedad del "mero acto de obediencia. (Ver Hechos 2:38 y 22:16;
Gálatas 3:27; 1 Pedro 3:21; Lucas 3:3; Marcos 1:4.)
A fin de entender mejor cómo Dios emplea la Cena del Señor,
trate de visualizar una pobre mujer campesina, que está bajo la convicción
de sus pecados, y anhela su seguridad por la misericordia y perdón de Dios.
Ella no puede leer la Biblia por sí misma, su pastor no está predicando
el evangelio como debería; pero ella cree que en la Cena del Señor recibirá
el cuerpo y la sangre de Cristo para remisión de sus pecados (Mateo 26:28).
En tanto participa de la Cena del Señor ella cree que está aceptando el
propio cuerpo y sangre de Cristo para remisión de sus pecados; y así está
aceptando a Cristo como su Salvador. No hay diferencia entre aceptar el
cuerpo y sangre de Cristo para remisión de los pecados, y aceptar a Cristo
para remisión de los pecados. El perdón le llega a ella no por lo que come
y bebe, sino porque mediante lo que come y bebe es como cree que ha recibido
el cuerpo y sangre de Cristo para perdón de los pecados (Romanos 5:2).
Esto debería dejar claro que en la Cena del Señor, Cristo nos da
verdaderamente Su cuerpo y sangre no como comida, sino como expiación por
nuestros pecados. Y sólo quienes aceptan Su cuerpo y sangre como expiación
por sus pecados son merecedores de participar (1 Corintios 11:27-29.)
Esta verdad llevó a John Bunyan (el Apóstol Bautista de Inglaterra)
a decir:
"Pensando en esa bendita ordenanza de Cristo que fue Su última
cena con Sus discípulos antes de Su muerte, se me hizo verdaderamente preciosa
la Escritura: 'Haced esto en memoria Mía' (Lucas 22:19.) Por ella el Señor
trajo a mi conciencia el descubrimiento de Su muerte por mis pecados, como
si me lo hubiese lanzado encima ... Después del cual descubrimiento, usualmente
me he estado sintiendo a gusto en la participación de esa bendita ordenanza.
Confío en haber discernido que el Cuerpo del Señor fue quebrado por mis
pecados, y que Su preciosa sangre fue derramada por mis transgresiones."
(Tomado del libro "La gracia abundante para el primero de
los pecadores" [Grace Abounding To The Chief Of Sinners, 1666] por John
Bunyan, págs. 146-147.)