El concepto de "honor" como pauta de lo correcto es muy antiguo. Precede a la era cristiana por muchos siglos, y es aludido hasta por Salomón (Proverbios 29:23). Es un criterio de lo justo y recto que arraiga en la familia; comienza con la idea de que una persona debe conducirse de modo que traiga honor y no deshonor a su familia ("Honrarás a tu padre y a tu madre.")
Pero el compromiso con un código personal de honor trasciende a la familia. El concepto de honor personal sostiene que debemos conducirnos a nosotros mismos de modo que seamos merecedores de honor y respeto. La idea es que incluso si uno hace algo malo y nadie lo atrapa, y hasta si nadie se entera, uno mismo sabrá que lo hizo y que estuvo mal, y por ello su propio corazón le condenará. Que si ganamos algo por medios tramposos, nunca experimentaremos verdadero sentido de realización. Que si engañamos, nunca disfrutaremos el honor de ganar, porque conocemos que no lo merecemos. Por eso ningún mentiroso puede tener un real sentido de logro u orgullo en lo que hace.
Nuestro decadente profesorado nos dice que uno debería mentirse
a sí mismo. Que debería convencerse de que es buena gente y meritoria -para
tener "buena autoimagen"-, sin importar cuan degenerado sea el propio comportamiento.
Semejante autoengaño es un paraíso para tontos; y es factor en parte
responsable de las altas tasas de crímenes, ilegitimidad y abuso de drogas
en nuestra sociedad.
Un verdadero "hombre de honor" es quien se mantiene fuerte
ante la tentación. Un hombre como José: tentado por la mujer de Putifar,
huirá de la tentación diciendo "¿Cómo puedo yo cometer esta gran perversidad
y pecar contra Dios? (Génesis 39:9; 1 Corintios 10:13.) Un hombre como
Ashley Wilkes, el personaje de "Lo que el viento se llevó" ("Gone With
The Wind"): tentado por Scarlet, se yergue rápidamente y le responde "tenemos
nuestro honor". Scarlet nunca pudo entender el concepto de honor, pero
lo que Ashley le decía era que aún haciendo el mal y escapando, ellos lo
sabrían y por tanto tendrían una baja opinión de sí mismos. Su propio corazón
les condenaría.
Pero al mismo tiempo esta visión no atribuía honor o respeto
alguno al soldado que mata en una emboscada, o asesina a prisioneros desarmados:
si hacía estas cosas se le suponía un hombre demasiado cobarde como para
comprometerse con el enemigo en una lucha o combate justo. Por la misma
razón, al soldado que maltratase a las mujeres, a los no combatientes,
o a prisioneros incapaces de devolver golpes, también se le consideraba
un cobarde. Es cierto que con mucha frecuencia se estuvo por debajo de
estos ideales, pero al menos la guerra fue más civilizada en la Edad Media
que en nuestros días: no hubo matanzas masivas de no combatientes, o bandas
organizadas para violar a mujeres; tenemos que agradecer esas brutaliaddes
a la "civilización poscristiana"
En nuestra decadente era, la historia del Rey Arturo se cambió
para glorificar el adulterio. Pero aún cuando partes de ella son teológicamente
incorrectas, y los niveles morales de su época fueron inferiores a los
de la Europa post-Reforma, esa historia nunca pretendió transmitir una
visión romántica del pecado. Retrataba a Lancelot como un hombre de virtud,
pronto a orar por un oponente herido en combate, que al comienzo se avergonzó
de su amor por la reina, y cuyo pecado -como el de David- trajo pesar y
tragedia.
En "Lo que el viento se llevó", el concepto emerge cuando Rett Butler ignora un desafío -a duelo- que le hace un joven deseoso de probar su "hombría". Y aún cuando Rett difícilmente calificaría como caballero de verdad, el escritor entendió no obstante el concepto: un hombre con real fuerza no precisa comportarse "duro" a fin de "probar" su hombría. Y es capaz de ser tierno y gentil, amable y considerado; no necesita someter a una mujer y maltratarla para afirmar así su propia masculinidad. Un verdadero hombre puede afirmar su masculinidad protegiendo y cuidando al sexo más débil; y por esto es que los hombres tradicionalmente han cargado sobre sus espaldas los trabajos más duros y sucios. Por esto es que siempre les han abierto las puertas a las damas, y permitido a sus esposas permanecer en casa con los hijos en lugar de ponerlas a trabajar afuera.
Desde los años '60, todos aquellos a quienes Dios ha privado
de sabiduría han tomado mucho a burla esta idea de la hombría; pero, ¿qué
otra cosa pusieron en su lugar? El Macho, que se ejercita con pesas para
hacerse hombre, y trata a las mujeres como objetos sexuales. Que evade
responsabilidades y no quiere atarse por el matrimonio. El hombre que va
a golpear a una mujer para ventilar su propia frustración, y a ver cualquier
otro ser más débil como alguien a quien puede explotar. Es un cambio para
peor, y un rechazo a la civilización por parte de aquellos demasiado ignorantes
para distinguir entre civilización y tecnología.
Durante el siglo XIX, Inglaterra imperó sobre un cuarto de la superficie habitable del planeta. Y por este concepto de honestidad y juego limpio, los administradores ingleses trataron de ser justos e imparciales. Es claro que no fueron perfectos; los seres humanos nunca lo somos. Pero sin embargo, una vez garantizada la independencia de los países administrados, esos mismos administradores fueron con frecuencia requeridos para quedarse, a fin de ayudar a los nuevos gobiernos independientes.
Contrasta este caso con el de Holanda, país que por la misma época hizo un gobierno muy eficiente en lo que ahora es Indonesia. No obstante, los súbditos nativos eran mantenidos muy concientes de su posición subalterna: cuando hablaban con un funcionario holandés por ejemplo, no se les permitía levantar la vista ni mirarle directamente a la cara. Pues bien, cuando Indonesia ganó su independencia, todo rastro del gobierno holandés fue borrado, y se les exigió a aquellos funcionarios abandonar el país.
El concepto de honestidad y juego limpio contrasta agudamente
con la moderna práctica de torcer la verdad para servir un interés egoísta.
Permanentemente se observa este torcido concepto moderno de tratar a la
gente con mentira. Lo vemos en los sindicatos que vociferan "¡Injusticia!"
aún cuando la empresa no está siendo injusta en absoluto. También en el
alarmismo de los grupos ambientalistas: todavía recuerdo cuando juraban
a los cuatro vientos que el mundo encararía un agotamiento de los combustibles
fósiles para 1990; emplearon y emplean estadísticas falsificadas para promover
su agenda política.
Lo mismo puede decirse de quienes promueven el aborto, la homosexualidad
u otras causas de izquierda. A toda esa gente, la verdad les parece de
mucho menor importancia que ganar. Esa conducta es sólo otra evidencia
de que nuestra sociedad dominada por el ateísmo ha olvidado los conceptos
civilizados de caballería y honor, de honestidad y juego justo. Está revirtiendo
a la barbarie.