El propósito por el cual Cristo vino al mundo: salvar a los pecadores
(1 Timoteo 1:15).
Debido a que todos "pecamos, y fuimos destituidos de la gloria de
Dios", nadie de nosotros puede entrar al cielo sino es por Él. ¡Es la puerta
de la salvación! (Romanos 3:23; Hechos 4:12; Juan 10:9). Y la llave que
abre esa puerta, y que nos capacita para entrar en la vida eterna, es el
conocimiento del evangelio (Lucas 11:52; Oseas 4:6; Marcos 16:16; Juan
3:16; Romanos 10:14-17). El Evangelio es el poder de Dios para salvación
de todos quienes lo crean (Romanos 1:16).
Por tanto, cuando Cristo dijo a Pedro "Yo te daré las llaves del
reino de los cielos", estaba diciendo a Pedro que Él le daría un entendimiento
o comprensión de la vía de salvación (Mateo 16:19; Lucas 22:32). Que no
estaba limitado a Pedro, sino a todos los creyentes (Mateo 18:18; Juan
20:21-23).
Todos quienes entiendan el modo de salvación tienen las llaves del
reino de los cielos. Es al proclamar el evangelio, que el cielo se abre,
y los pecados se perdonan, a todos los que creen (Juan 20:23).
Al propio tiempo, la puerta del cielo permanece cerrada para quienes
no se arrepienten ni creen (1 Corintios 5:1-5; Mateo 28:15-18; Juan 20:23;
1 Timoteo 1:20).
Antes de ascender a los cielos, Jesús dijo -y no sólo a los 11 apóstoles, sino a todos quienes estaban con ellos-: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis sus pecados les sean retenidos, y a quienes se los retuvieres, les sean retenidos." (Lucas 24:47, Juan 20:22,23; ver además Mateo 16:19 y 18:18).
A fin de entender lo que Cristo significó cuando les dijo que tenían
poder para perdonar o retener pecados -a quienes por fe recibieron el Espíritu
Santo-, debemos ver Su propio ejemplo.
Cuando Jesús perdonaba pecados, jamás empleó un lenguaje de autoexaltación,
dirigido a llamar la atención sobre Sí mismo, o a magnificar Su propia
importancia. Sus palabras estuvieron libres de toda pretensión en tal sentido.
No decía "Yo, con la autoridad de que estoy investido, te perdono todos
tus pecados." Simplemente decía: "Ve con buen ánimo, tus pecados te son
perdonados." (Mateo 9:2; Lucas 7:48; Filipenses 2:5-7).
Siguiendo el ejemplo de Cristo, decimos a todos los que desean la
clemencia de Dios "Ve con buen ánimo, Dios ha perdonado tus pecados por
causa de Cristo." Y al hacer esto, perdonamos los pecados de todos quienes
creen.
Pero para no ser mal entendido, permítanme decir que el perdón que
ofrecemos está objetivamente presente en el mensaje del evangelio: Cristo
lo ganó para nosotros por Su muerte en la cruz. Y como que murió por nuestros
pecados, ese perdón ya está allí, para todos quienes no lo rechacen por
su negativa a creer. Por ende, es en tanto proclamamos el evangelio, que
nosotros simplemente distribuimos ese perdón que Cristo ha obtenido para
nosotros. Por lo tanto, nuestro objetivo no debe ser nunca el inflarnos
a nosotros mismos, ni proclamar nuestra propia importancia, sino apuntar
a la gente a Jesucristo.
Entonces, cuando proclamamos el mensaje del evangelio de este modo,
no somos nosotros los que estamos hablando, sino Dios a través de nosotros.
Dios nos emplea -como vehículos- para asegurarles a todos aquellos que
deseen Su misericordia, que ellos tienen ya ese perdón en Jesucristo. Hablando
a través de nosotros, es Dios Quien perdona a todos los pecadores que creen
(Lucas 10:16). Dios está perdonando sus pecados, de allí que Su Espíritu
Santo da testimonio, a los espíritus de ellos, de que sus pecados les son
perdonados, afirmando de este modo sus corazones en la fe (Efesios 2:8,9;
Romanos 10:17; 1 Juan 5:10).
La comprensión de que los pecados son perdonados mediante la proclamación
del evangelio, nos permite entender por qué Pedro ofreció perdón a quienes
se arrepintieran y fuesen bautizados "en el nombre de Jesucristo" (Hechos
2:38).
Para Pedro, el bautismo fue solo otro modo de decirle a la gente
que sus pecados eran perdonados por causa de Cristo. Pedro no ve el bautismo
como una obra, sino como una proclamación del evangelio, a la cual se ha
agregado un elemento visible: el agua. Mediante el bautismo, Pedro está
diciendo a todos quienes aceptaron el evangelio (Hechos 2:41): "¡Animo!,
sus pecados son perdonados por causa de Cristo." Por tanto, "ser bautizados
en el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados" (Hechos 2:38)
es una expresión de fe en que Jesús es la fuente de perdón.
Entendido esto, puede verse que el bautismo quiso apuntar a la gente
a Cristo como la fuente de perdón. Dios no quiso que la gente fuese apuntada
al bautismo por perdón, como si el perdón llegase a través del simple cumplimiento
de una ceremonia, y no de la muerte de Cristo en la cruz. Perdón y salvación
son nuestros sólo a través de Cristo, y el bautismo es bien entendido únicamente
si lo vemos como un modo de apuntar a la gente a Cristo: cuando es visto
como una proclamación del evangelio a la cual un elemento visible (el agua)
se ha agregado.
Así como el bautismo apunta a la gente a Cristo como la única fuente
de perdón, igualmente se quiso que la Cena del Señor apuntase a la gente
a Cristo.
Dios no quiso que la gente fuese apuntada a la ceremonia en sí misma,
como si fuese a encontrar salvación en la ceremonia y no en Cristo. Al
contrario, cuando Cristo instituyó la ceremonia dijo: "este es mi cuerpo,
que es dado a vosotros" y "esta es ... mi sangre, que fue derramada por
vosotros para el perdón de los pecados." (Mateo 26:28; Marcos 14:24; Lucas
22:19,20; 1 Corintios 11:24). Con ello, estableció la ceremonia para proclamar
el hecho de que el perdón está disponible a través de su muerte en la cruz.
Y mediante el ministro encargado de la ceremonia, Cristo le está diciendo
al corazón -lleno de problemas- de cada quien: "¡Ánimo! Mi Cuerpo 'fue
dado por ti', y Mi sangre 'fue derramada para el perdón de tus pecados.'"
(Mateo 26:28). Con esto, es Cristo Quien perdona los pecados del creyente.
Por consiguiente, y como el bautismo, la Cena del Señor es simplemente
una proclamación del evangelio, a la cual se le añade un elemento visible:
el pan y la copa. Una ceremonia que se quiso apuntase a la gente a Cristo,
como la fuente de todo perdón (Apocalipsis 19:10b).
Hasta aquí, se enfatizó el hecho de que cuando proclamamos el evangelio,
perdonamos los pecados de todos quienes creen.
Hay que enfatizar ahora que sólo quienes creen reciben ese perdón.
Sin embargo, y para evitar malentendidos, permítaseme aclarar que
nadie es perdonado por causa de su creencia. El perdón ya está allí para
nosotros. Nuestra fe es simplemente una aceptación de ese perdón. Subrayando
el hecho de que el perdón llega sólo a quienes creen, nada más aclaramos
perfectamente que no viene automáticamente, por el mero cumplimiento externo
de un acto "sacramental". El mensaje divino "¡Ánimo!, que tus pecados te
son perdonados", es evangelio y no Ley. Y como evangelio, no es el mensaje
de Dios a los no arrepentidos, sino a los arrepentidos, quienes han reconocido
sus pecados y desean la clemencia de Dios.
Por consiguiente, fallamos en separar correctamente al Evangelio
de la Ley, cuando damos a los no arrepentidos, la impresión de que pueden
tener perdón y salvación simplemente participando en una ceremonia.
Proclamar propiamente el evangelio es hacerlo conjuntamente con la
ley de Dios.
Por un lado, a través de la Ley, Dios expone y condena nuestros
pecados, haciendonos conscientes de nuestra necesidad de Su perdón. Y por
otro lado, a través del evangelio, Dios nos asegura Su perdón y clemencia.
Dios obra a través de nosotros para perdonar los pecados de todos
quienes creen, pero también para atar y retener los de quienes no se arrepienten
ni creen (Juan 20:23).
Y dos maneras en las cuales atamos y retenemos, es manteniendo el
bautismo apartado de quienes no creen, y no compartiendo la Cena del Señor
con aquellos que no están arrepentidos de sus pecados (1 Corintios 5:1-11;
Hechos 8:37). Con esto, no lo hacemos nosotros, sino que es Dios mismo
Quien lo está haciendo, a través de nosotros. Y por lo tanto, la condenación
de aquellos a quienes advertimos de este modo, es segura y cierta (Lucas
10:16).
1. ¿Cuál es la llave que nos capacita para entrar en la vida eterna?
2. ¿Quién posee las llaves del reino de los cielos?
3. ¿Qué cumplimos proclamando el evangelio?
4. ¿Qué está presente objetivamente en el mensaje del evangelio?
5. Si Dios está hablando a través de nosotros, entonces, ¿qué es
lo que está haciendo a través de nosotros?
6. ¿Vio Pedro el bautismo como una obra?
7. ¿Qué verdad quiso Jesucristo que proclamase la Cena del Señor?
8. Las buenas noticias de perdón, ¿son el mensaje de Dios a los
no arrepentidos?
9. ¿Qué hace Dios a través de la ley?
10. ¿Cuáles son dos maneras en que atamos y retenemos pecados?