La muerte de Cristo en la cruz fue un evento histórico objetivo,
que acaeció en un punto específico del tiempo. Sin embargo, fue y aún es
un evento que tiene un significado espiritual profundo.
El hecho de que Cristo fue crucificado no es inusual en sí mismo.
Mucha gente en la historia ha muerto como resultado de una crucifixión.
Sin embargo, a diferencia de otros, Cristo murió por nuestros pecados.
Por esta razón, Su muerte en la cruz es de importancia eterna para todo
hombre, mujer o niño que vive, haya vivido o vivirá. Es el evento más importante
de la historia. La Escritura misma fue escrita para que podamos saber acerca
de la muerte de Cristo, y entender su significado espiritual: que a través
de la fe en Él podamos tener vida eterna (1 Juan 5:13; 1 Corintios 15:3;
Juan 5:39; 1 Timoteo 1:15; Juan 20:31).
El significado espiritual de la muerte de Cristo en la cruz no es un profundo misterio teológico. No es una idea abstracta para que la entiendan solamente los teólogos. Por el contrario, es una simple verdad histórica. Dios llanamente nos dice en la Escritura lo que Cristo cumplió por su muerte en la cruz, y lo que eso significa para nosotros.
La Biblia nos dice que Jesucristo es "el cordero de Dios que lleva los pecados del mundo" (Juan 1:29). Al retratar a Cristo como un cordero, la Biblia lo presenta como un sacrificio, una ofrenda por el pecado. La Biblia también nos dice que Su sacrificio es la única fuente de perdón y misericordia (Efesios 1:7; Hechos 4:12). En el libro de Hebreos se nos dice que los toros y corderos sacrificados a Dios antes del tiempo de Cristo no podían llevar nuestros pecados. Aquellos sacrificios simplemente aseguraron al corazón arrepentido el perdón a través de Cristo, el verdadero "cordero de Dios" (Levítico 4:3; Éxodo 29:36; Levítico 16:6; Ezequiel 45:17-23; Isaías 53; Hebreos 10:4, 9:12,13,14 y 28; Levítico 4:32; Números 6:14; Éxodo 12:5; Génesis 22:7,13).
La Biblia nos dice que la muerte de Cristo aplacó la ira de Dios (que es lo que denota la palabra "propiciación": Romanos 3:25; 1 Juan 4:10). Habiendo aplacado la ira de Dios, con su muerte Cristo nos ha reconciliado con Él. Mientras antes fuimos por naturaleza hijos de la ira, y enemigos de Dios, a través de Cristo somos uno con Dios. El muro de separación ha sido removido, por la sangre de Cristo. Las palabras expiación o reparación [en inglés: atonement] significan también "reconciliación" [at-one-ment: "a una mente", de un mismo pensar]. Siendo hechos justos delante de los ojos de Dios, a través del perdón que hay en Cristo Jesús, tenemos paz con Dios. (Romanos 5:1,2; Corintios 5:18-21; Efesios 2:3; Romanos 8:7; Éxodo 29:36; Efesios 2:15,16; Colosenses 1:20,21; Efesios 2:14).
La Biblia nos dice que Cristo por Su muerte nos ha redimido
del poder del pecado, la muerte y el demonio.
La palabra "redimir" significa recomprar o comprar de nuevo (Levítico
25:25). La idea aquí es que fuimos vendidos bajo el pecado, hechos esclavos
de Satanás. Debido a nuestras iniquidades pertenecemos a Satanás, y habríamos
ido al infierno con él (Efesios 2:3). Sin embargo, por Su muerte en la
cruz, Cristo ha pagado el precio de nuestra redención. Nos ha comprado,
no con oro o plata, sino con Su santa y preciosa sangre, y con Su sufrimiento
y muerte inocentes. Por causa de nuestros pecados somos perdonados en Él,
trasladados del reino de la oscuridad al de la luz. Ya no estamos bajo
atadura sino libres, libres del poder del pecado y la muerte. Pertenecemos
a Dios, y el cielo es nuestro hogar. La muerte no tiene poder sobre nosotros.
(1 Pedro 1:18, 19; Apocalipsis 5:9; Isaías 43:14; 59:20 y 63:16; Salmo
34:22; Jeremías 50:20; Romanos 3:24; 6:16 y 8:2; 1 Corintios 1:30 y 15:54-57;
Efesios 1:7; Colosenses 1:13-14; 2 Timoteo 1:10; Hebreos 9:12 y 15; y 2:14;
1 Juan 3:14 y 5:24; 1 Corintios 7:23 y 6:19-20).
La Biblia nos dice que todas esas bendiciones que Cristo ha ganado para nosotros ya son nuestras. No necesitamos hacer nada para ganarlas. No hay nada que podamos hacer para ganarlas. El valor del cielo y la vida eterna están más allá de cualquier precio; y sin embargo Dios nos las ofrece gratis como regalo. Cristo ya ha muerto en nuestro puesto. El perdón que ganó para nosotros YA ESTÁ ALLÍ. Sólo necesitamos admitir nuestra culpa delante de Dios, y deseando su misericordia, poner nuestra confianza en el sacrificio por el pecado que Él ha provisto. (Juan 4:10; Romanos 6:23; 2 Corintios 9:15; Romanos 5:15-19; Efesios 2:8,9 y 4:7; Hebreos 10:16-23 y 9:28; Romanos 5:2; Colosenses 2:13, 14; Juan 3:16; 2 Corintios 5:14,19; 1 Timoteo 2:6; Hebreos 10:10).
La Biblia nos dice también que el perdón que es nuestro en Cristo nos hace perfectos, rectos y justos, y santos a la vista de Dios. Sólo el perdón puede hacernos justos, porque delante de Dios no hay ni uno que sea justo en y por sí mismo (Salmo 53:3). Por causa de que nuestra misma naturaleza fue corrompida por el pecado, nadie puede hacer el bien sin mancha de pecado (Eclesiastés 7:20). Todos nuestros esfuerzos por hacernos justos a nosotros mismos, están manchados, son despreciables y abominables a los ojos de Dios (Isaías 64:6). El único modo en que podemos abrigar alguna esperanza de ser justos delante de Dios, es tener nuestros pecados perdonados. Es el perdón solamente lo que nos hace santos a la vista de Dios, y en Cristo ese perdón es nuestro como un regalo, gratis. Nosotros simplemente lo aceptamos en fe, sabiendo que por la sangre de Cristo somos hechos justos, santos, rectos y perfectos ante Dios. Confiando en Cristo somos limpiados de toda iniquidad, y ningún pecado nos es imputado (Romanos 3:10-28; Salmo 14:1-3; Eclesiastés 7:20; Génesis 6:5 y 8:21; Isaías 64:5,6; 1 Reyes 8:46; Salmo 5:9; 140:3 y 10:7; Isaías 59:7,8; Salmo 36:1; Romanos 4:1-8; Efesios 2:8,9; Hechos 4:12; Juan 3; Tito 3:3-7; Gálatas 2:16-21 y 3; Hebreos 10:10,14; Romanos 11:6; 10:10 y 9:30-33; Salmo 32:1-5; 1 Corintios 6:11, y 1:2).
Ud. verá las referencias bíblicas incluidas en los párrafos
anteriores, y observará que lo que ellos dicen no es una doctrina abstraida
de las Escrituras, sino un resumen de lo que la Biblia realmente dice.
Nadie pude decir que esas verdades sean sólo mi interpretación, porque
yo no he interpretado absolutamente nada. Simplemente le dije a Ud. lo
que llanamente es declarado en las palabras de la Escritura.
Y no tome nada más mi palabra: vea los pasajes bíblicos, y juzgue
por Ud. mismo.
Pero si los lee, puede que Ud. se pregunte: ¿y por qué razón tanta
gente olvida esas verdades, cuando están simple y llanamente declaradas
en la Biblia? La respuesta es que las olvidan, porque piensan que ellos
deben reconciliar las promesas del regalo de la gracia, con la ley de Dios,
que decreta condenación sobre quienes no la obedecen. Como resultado, ellos
comprometen todo lo que la Biblia dice sobre la muerte de Cristo en la
cruz, a fin de hacerlo concordar con la Ley.
Lo que fallan en entender es que ley y evangelio son dos mensajes
separados. La ley es el mensaje de Dios a los no arrepentidos. En la ley,
Dios les muestra a los no arrepentidos sus pecados, y les advierte de juicio
y condenación (1 Timoteo 1:9). Por otra parte, el evangelio, es el mensaje
de Dios a aquellos que están arrepentidos de sus pecados, y quieren el
perdón de Dios.
Nunca se pretendió que ambos mensajes concordaran. La ley debe ser
proclamada en toda su severidad, y el evangelio en toda su dulzura. Todo
lo que la Biblia nos dice acerca de la muerte de Cristo en la cruz, es
para ser aceptado en su valor literal, y para ser creído en humilde fe,
como la de los niños; nunca debe ser comprometido para hacerlo poner de
acuerdo con la ley.
Ley y evangelio son opuestos. Isaías habló de los dos como opuestos:
la ley y el testimonio (de Cristo. Isaías 8:20 y Juan 5:39.) Juan habló
de ellos como la ley y la gracia (Juan 1:17). Pablo habló de ellos como
la ley y las promesas (Gálatas 3:21). Nunca debe confundirse ley y evangelio.
Quienes fallan en distinguir ley de evangelio no están calificados para
predicar la Palabra de la verdad porque no pueden dividirla correctamente
(2 Timoteo 2:15).