De los eventos en la historia de la humanidad, la muerte de Cristo en la cruz es uno de los mejor atestiguados y documentados. La evidencia de Su muerte no deja lugar a dudas.
Poncio Pilato no entregó el cuerpo de Cristo hasta que el centurión
a cargo de la crucifixión no certificó que estaba muerto (Marcos 15:44-45).
Tal certificación de muerte requirió un examen del cuerpo, por cuatro expertos
en ejecuciones, quienes clavaron una lanza en Su costado, a fin de hacer
cierto que estaba muerto (Juan 19:32-35).
Simón Greenleaf, perito en pruebas legales y profesor de Leyes en
la Universidad de Harvard, estudió la evidencia para la crucifixión y resurrección
de Cristo. Produjo un libro titulado "Un examen del testimonio de los cuatro
evangelistas según las reglas procesales de los Tribunales" ("An Examination
Of The Testimony Of The Four Evangelists By The Rules of Evidence Administered
In The Courts of Justice") El Profesor Greenleaf está convencido por la
evidencia de que Jesús estaba efectivamente muerto en la cruz; y de que
se levantó el tercer día, tal como los escritores del evangelio testificaron.
Si Ud. quisiera examinar esa evidencia por sí mismo, le recomiendo el libro
"Evidencia que exige un veredicto" ("Evidence That Demands A Verdict")
por Josh McDowell. [Hay traducción española de Editorial Vida.]
Esta muerte que Cristo sufrió en la cruz fue una de las más dolorosas
y torturantes jamás inflingidas a un hombre. La cizallante agonía de tener
todo el peso del cuerpo de uno colgando de clavos de hierro, que laceran
continuamente la carne hora tras hora, es incomprensible para gente acostumbrada
a todas las conveniencias y comodidades del siglo XX. Ese sufrimiento también
provocó muchas dolorosas complicaciones al sistema biológico humano. Si
alguna vez un hombre tuvo excusa para estar rencoroso o resentido, habría
sido Cristo. Aunque tuvo solamente palabras de gentileza y consideración
para los demás (Juan 19:26,27, Lucas 23:34,43,46).
El centurión a cargo de la ejecución, curtido de muchas batallas,
quedó tan pasmado ante los hechos que rodearon la muerte de Cristo, que
fue llevado a decir: "Verdaderamente, este era el Hijo de Dios" (Mateo
27:54).
Mientras estaba en la cruz, Cristo le dijo al ladrón arrepentido
"Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43).
La palabra "paraíso" debe ser definida por la Escritura, no por
la imaginación. Y la Biblia refiere al cielo como "Paraíso" (2 Corintios
12:2-4). Sin embargo, el cielo mismo no es un lugar físico. Todos los sitios
físicos, no importa su tamaño, son meras partículas comparados con el infinito.
Cuando Moisés y Elías se le aparecieron a Cristo en el Monte de la Transfiguración,
no dejaron el cielo: hay puesta una enorme brecha, de modo que nadie en
el cielo puede pasar de allí (Lucas 16:26). Pero el cielo es un lugar en
una dimensión espiritual, no física.
Todos los que mueren, lo hacen en estado de perdón, lo cual los
sitúa espiritualmente en el cielo, o bien sin perdón, lo cual los pone
en el infierno. ¡No hay otras alternativas! Uno está perdonado o no: en
compañerismo con Dios o rechazado por Él. Quienes son perdonados experimentan
la luz y la alegría del cielo, y quienes no, la oscuridad y tormentos del
infierno.
Debido a que Cristo tomó nuestros pecados sobre Sí mismo, esos pecados
requerían que Él descendiera a los infiernos.
En otras palabras: como murió con nuestros pecados sobre Él, esos
pecados lo colocaron en el dominio espiritual o reino de Satanás. Sin embargo
Sus palabras "Está consumado", nos dicen que no sufrió en el infierno.
Su obra de expiación o reparación estuvo completa antes de que entregara
Su espíritu. Verdaderamente entró en el infierno, pero debido a que no
tenía pecados propios Suyos, lo hizo no como uno a quien Satanás hubiese
conquistado y sometido a su imperio (Romanos 6:16), sino como un Superior.
De esta forma, Cristo descendió a los infiernos no como quien ha
sido derrotado por el pecado, sino como Quien ha triunfado sobre el pecado.
Y una vez ingresado al infierno, como había superado en rango a Satanás
(Cristo no perdió su rango mediante el pecado: Romanos 6:16), el reino
de Satanás se hizo Suyo (Filipenses 2:10).
Esto es lo que la Biblia significa cuando dice que Cristo "hizo
cautiva a la cautividad" (Efesios 4:8). Por Su victoria sobre la muerte,
el infierno y el pecado, Cristo nos ha liberado de las ataduras del pecado,
y puso al mismo infierno en atadura. Lo cual no significa que todo aquel
que muere sin perdón sale del infierno (Lucas 16:26); sino por el contrario,
que Satanás y todos quienes no sirven a Dios en el cielo, sirven a Dios
en el infierno (1 Pedro 3:19:22; Filipenses 2:10).
Volviendo a los hechos reales que acaecieron en el momento de la
muerte de Cristo, consideremos cuidadosamente la significación de los dos
ladrones, uno a Su derecha y otro a Su izquierda.
A los ojos del mundo, una muerte entre dos ladrones sería una marca
de deshonor. Obviamente, siendo Cristo inocente, es el mundo y no Él quien
se hace entonces merecedor del reproche. Sin embargo, Dios utilizó el emplazamiento
de los dos ladrones, a derecha e izquierda, para retratar la relación entre
la muerte de Cristo y el juicio final.
Así como ambos ladrones eran pecadores, todos los hombres lo son.
Así como ninguno de los dos merecía salvación, tampoco nadie. Así como
ambos estaban separados, uno a la derecha de Cristo y otro a la izquierda,
el día del juicio todos serán separados, algunos a la izquierda de Cristo,
otros a la derecha. Así como el ladrón no arrepentido se burló de Cristo,
y murió en sus pecados, en el juicio final Cristo dirá a los de su izquierda:
"Apartáos de Mí, malditos, al fuego eterno" (Mateo 25:41). Y así como al
ladrón arrepentido se le dijo que estaría con Cristo en el paraíso, de
igual manera, a aquellos a la derecha de Cristo en el juicio final, se
les dirá: "Venid, benditos de Mi Padre, a heredar el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo" (Mateo 25:34).
Ahora veamos cuidadosamente por qué el ladrón arrepentido fue perdonado.
Está claro más allá de toda duda que ambos eran pecadores. Ambos
habían transgredido la Ley de Dios. Ambos incluso se habían unido para
burlarse de Cristo (Marcos 15:32; Mateo 27:41,44). Sin embargo, lo que
puso aparte al ladrón arrepentido fue el hecho de que reconoció su pecado
y buscó la misericordia de Dios. Llanamente admitió que era culpable y
merecía castigo (Lucas 23:41). No tenía obras que ofrecer a Dios. Simplemente
pidió a Jesús que lo recordara (Lucas 23:42). Y al hacer este pedido él
estaba clamando merced, tal vez sin entenderlo.
Dios no recuerda a los del infierno. Considere la historia del hombre
rico y Lázaro: sólo son mencionados por sus nombres Lázaro, el salvado,
y Abraham (Lucas 16:19-31); no se mencionan los nombres del hombre rico
y sus hermanos. Pidiendo a Cristo que le recordara, el ladrón penitente
estaba pidiendo merced. En respuesta, Cristo le da la promesa: "Hoy estarás
conmigo en el paraíso." (Lucas 23:43). Así como somos salvados por confiar
en las promesas de la misericordia de Dios en Cristo, el ladrón, por creer
en la promesa que Cristo le hizo, aceptó el perdón y la vida eterna. Así
el ladrón arrepentido es un tipo de todos los que serán salvos. Como el
ladrón, todos somos culpables delante de Dios (Romanos 3:10-23). Como el
ladrón, todos debemos reconocer nuestra culpa, y buscar a Cristo por merced.
Y como el ladrón, todos somos salvos, no por mérito alguno de nuestra parte,
sino a través de la fe en Cristo sólo (Hechos 4:12; Efesios 2:8-9; Romanos
3:28 y 5:1-2; Hebreos 11:6).