Cuarenta días después de su aplastante victoria sobre la muerte,
Cristo condujo a Sus discípulos de Jerusalén a Betania. Alzando Sus manos
les bendijo, y mientras les bendecía se alejaba de la vista de ellos, siendo
elevado a los cielos, donde una nube le recibió.
Mientras los discípulos aún estaban mirando al cielo, dos hombres
de blanco aparecieron delante de ellos, y les dijeron: "Varones galileos,
¿por qué todavía estáis contemplando el cielo? Este mismo Jesús que ha
sido tomado de Ustedes y elevado al cielo, así mismo volverá, como le habéis
visto ir al cielo." (Lucas 24:50,51; Hechos 1:9-11).
Una vez triunfado sobre la muerte, Cristo no puede morir. Por
tanto ascendió al cielo por nosotros. Permaneciendo en la tierra Él tendría
que haber juzgado al mundo allí y entonces, o permitido que los embaucados
por Satanás le siguiesen buscando para matarlo.
Debido a que ascendió al cielo, podemos estar ciertos de que contamos
con abogado ante el Padre, y que retornará, exactamente como aquellos ángeles
dijeron que lo haría. Sin embargo, cuando retorne no lo hará en debilidad
sino en poder, no a ser juzgado sino a juzgar (1 Juan 2:1; Romanos 8:34;
Hechos 10:42; 1 Pedro 4:5; 2 Timoteo 4:1; 1 Tesalonicenses 4:15,17; Mateo
24:30,31 y 25:31-34; Hechos 1:9-11).
La fe en Cristo es la seguridad de que Él nos tendrá en el cielo. Parte importante de esta fe es la seguridad en Cristo como nuestro abogado y mediador. Por tanto, quienes niegan que Cristo es nuestro único mediador, enseñando a las gentes a buscar a María o a los santos para que les lleven al cielo, están en efecto negando a Cristo; son anticristos.
Parte de la obra de intercesión de Cristo fue su súplica al Padre para enviarnos el Espíritu de verdad. Si Cristo no hubiese ascendido al cielo, el Santo Espíritu no hubiese sido enviado (Juan 16:7). Y el Espíritu Santo apunta a todos los hombres hacia Cristo, fuente de toda verdadera justicia. El Espíritu Santo condena el pecado de este mundo, la justicia de este mundo y el juicio de este mundo, nos conforta y consuela, nos guía y orienta, y nos asegura de la misericordia de Dios en Cristo Jesús (Hebreos 10:14:15; Juan 14:16:26; 15:26; 16:8-14 y 16:8; Romanos 10:4; Juan 5:39; Hebreos 10:14,15; Juan 15:26).
Debido a que el Espíritu Santo no está ligado al tiempo, Su testimonio de Cristo comienza siglos antes del día de Pentecostés. Por la obra del Espíritu Santo, Abel fue un profeta de Dios. Por la obra del Espíritu Santo, la Biblia fue escrita: para que podamos creer, y creyendo tener vida (Juan 20:31; 2 Pedro 1:21; Lucas 11:50-51; 1 Corintios 12:3; Juan 5:39; 1 Juan 5:13).
El registro histórico expuesto en la Escritura deja claro que
el cristianismo no es meramente otra religión, comenzada en algún punto
del tiempo, sino la religión original. Toda religión puede alegar ser la
original, pero el cristianismo puede realmente remontar su historia hasta
Adán. La verdadera religión de Israel nos ha llegado a nosotros a través
de Juan el Bautista y de Cristo, no de los fariseos.
Desde un punto de vista literario, la Biblia es profunda: contiene
historia, derecho, poesía, profecía y proverbios. Sin embargo, no se escribió
en el lenguaje abstracto de los intelectuales, sino en el simple y directo
hablar de los pastores, pescadores, carpinteros y fabricantes de tiendas.
A través de las edades, los académicos de este mundo han buscado en vano descubrir por sí mismos una verdad clave, en torno a la cual todos los conocimientos encajen unos con otros. Sin embargo esta verdad, el gran plan maestro de la creación, se encuentra sólo en la Escritura. El registro bíblico de la creación es básico para toda ciencia "dura": todo aquello que podemos saber por observación, tanto de esta tierra como del universo entero, es conocimiento de la creación de Dios. Y todo lo que sabemos del hombre, de sus fobias, falacias, divisiones, lujuria y avaricia, revela la corrupción de su naturaleza caída. De tal modo toda verdad concuerda, y apoya el registro bíblico.
A través del mensaje central de la Escritura, que es el mensaje de pecado y salvación, Dios se ha revelado a Sí mismo como Creador, Redentor y Santificador. Así todo el cuerpo de la doctrina está contenido en la de la Trinidad. Esta profunda verdad nada más, ya separa al cristianismo de todos los otros insignificantes sistemas religiosos de este mundo, fabricados por los hombres.
Que Cristo ascendió a los cielos fue en sí mismo un testimonio divino del hecho de que era exactamente Quien alegó ser, el Hijo de Dios nacido de la virgen. Por esta razón, es inadmisible el rechazo de los musulmanes a aceptarle como Salvador y Señor: Jesús reclamó ser Dios (Marcos 14:61-64; Juan 19:7); pero si no fue Dios, tal reclamo habría sido pura blasfemia, tal como los fariseos acusaron. Mas si hubiese sido culpable de blasfemia, nunca hubiera triunfado sobre el pecado, y Dios no le habría elevado al cielo. Por tanto, el hecho de que Dios le ascendiera al cielo prueba que fue sin pecado, y que dijo la verdad cuando decía que era Dios.
El registro bíblico de la ascensión de Cristo es básico para todas las doctrinas abstractas de la Escritura, tales como: inspiración bíblica; arrepentimiento; conversión; iglesia y ministerio; fe; Bautismo y Cena del Señor. Todas esas doctrinas se relacionan con la ascensión, porque tienen que ver con la obra del Espíritu Santo (Juan 16:7).